Hace unos días encontré a Rodolfo deambulando por la Gran Vía de Madrid. Hacía unos seis años que no nos habíamos visto desde que nos conocimos en una obra en Alcobendas. Él aspiraba a que en cinco años ya hubiera regresado a Ecuador a disfrutar de su familia, su casa nueva, su coche y de una pequeña finca que tanto añoraba. Sin embargo, no ha logrado cumplir ninguno de esos sueños. Hace tres años Rodolfo decidió comprarse un piso en el sector de Cuatro Caminos y hace cinco meses lo devolvió al banco. El subsidio al paro ya se le agotó hace mucho y el día que lo encontré me mostró el billete de ida a Ecuador.
“Me regreso tal como llegué a España hace ocho años. Sin nada”, me dijo desolado y entristecido.
Acongojado y forzando una sonrisa, me confesó que su paseo por la Gran Vía era como su despedida de este país que lo acogió casi nueve años, pero en el que nadie le advirtió que la política depredadora de los bancos, era la misma que adoptan los bancos ecuatorianos.
Rodolfo nunca pensó que la compra de una vivienda en España le arruinaría la vida. Que lo dejaría sin un céntimo y que lo condenaría a su retorno, que de voluntario, no tiene nada.
“Quienes se apuntan al dichoso retorno voluntario no lo hacen espontáneamente. Lo hacen porque no les queda otra salida”, explicaba mi compatriota. “Pero así son las cosas. He pagado un alto precio por el error. Llegué a España de 31 años y me regreso con cuarenta, pero con las mismas energías de salir de esta. Mi familia me espera y estoy seguro que sabrá entenderlo”.
La realidad de los que deciden retornar es dura, más que todo cuando se realiza sin una base económica para salir adelante. Muchos han propuesto que se elaboren proyectos de desarrollo en el que los retornados participen y aporten a la mejora de su país.