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La tristeza de la familia de la periodista asesinada Ana Velarde

En la madrugada del 13 de febrero de 2006, la periodista peruana Ana Lucy Velarde Changanaquí dormía en el departamento en el que vivía, en Madrid. Los dos hijos de ella, de siete y nueve años, descansaban en la habitación contigua. Ella había comentado a sus hermanos que sentía como si le hubieran quitado unas esposas porque hacía dos días había comunicado a su hasta ese momento novio, el colombiano Luis Gonzalo Barragán Beltrán, que rompía la relación. Él era demasiado celoso y la relación era asfixiante para Ana. Sin embargo nada hacía presagiar el que sería el fatal desenlace.
Porque aquella madrugada de 2006 Barragán Beltrán sorprendió por la espalda a Ana y la estranguló con una cinta de cabello de ella. Ana no tuvo ninguna posibilidad de defenderse. Murió estrangulada. El asesino tuvo la sangre fría de cambiarse de ropa, coger su ordenador portátil, y dirigirse a una comisaría. Allí llegó dos horas más tarde y dijo a los policías: “He matado a mi novia”. Previamente Barragán había llamado por teléfono a una de las hermanas de Ana a decirle que la víctima estaba “mal”.
Cuando médicos y policías llegaron al lugar, alertados por la familia de Ana, ya nada se pudo hacer por la vida de la periodista. Todo eso consta en la reciente sentencia. Y es que más de tres años han pasado hasta que hace poco tuvo lugar el juicio. Durante este tiempo Barragán ha permanecido en prisión tratando de fingir patologías psiquiátricas para librarse de la condena, tal como declaró la psicóloga en el proceso.
Cuatro decenas de testigos ofrecieron testimonios que demostraron la alevosía del criminal. Los policías que llegaron al lugar del suceso afirmaron que en la casa no había signos de pelea, tal como Barragán había asegurado con el fin de tener atenuante, porque según las leyes españolas matar a alguien en el fragor de una discusión atenúa la condena. Asimismo la forense fue clara al indicar que Ana fue atacada por sorpresa y que no tuvo la más mínima ocasión de defenderse, al contrario de lo que había dicho el condenado. En el juicio también declararon los seis hermanos de no pudo casi articular palabra porque está destrozado. El acusado en ningún momento manifestó el más mínimo arrepentimiento, ni siquiera pidió perdón a la familia. Durante el juicio en ningún momento se conmovió, permaneció como si nada pasara incluso al ver a los padres de la fallecida.
Así que la condena es justamente la que pedían la acusación y la fiscal: veinte años de prisión, diecisiete por asesinato y tres por revelación de secretos. Y es que Barragán violaba la correspondencia y los correos electrónicos de la víctima; no soportaba que Ana estuviera destacando profesionalmente mucho más que él. Ambos trabajaban en el semanario Latino, donde se conocieron.
Barragán era corrector y Ana, una de las profesionales más destacadas del medio. Según se dijo en el proceso, Barragán padecía “celopatía” profesional contra Ana. La sentencia condena a Barragán a indemnizar con 163.000 euros a cada uno de los hijos de Ana y con 15.000 a los padres de la víctima. Una indemnización que quedará en el papel ya que Barragán se ha declarado insolvente. Dinero que, en cualquier caso, no interesa a la familia de Ana ya que “nada nos la devolverá” como dice su madre, la señora Lucila de Velarde, nublada por la tristeza.

El dolor de la familia
“Nada reparará el tremendo dolor” que esta familia vive desde el fatídico 13 de febrero de 2006 en palabras de Uliana, hermana de la víctima. “Sobre todo nada podrá devolver su madre a los hijos de Ana, ella era todo para ellos” señala Uliana, muy afectada. Esta golpeada familia peruana agradece la diligencia de las autoridades españolas pero lamenta “que el sistema judicial no contemple penas más altas como corresponde a estos asesinos”. “Esperamos”, dice la familia, “ en cualquier caso que por lo menos Barragán Beltrán cumpla íntegramente la condena para lo cual esperamos que se rechacen los recursos que el asesino quiera presentar para evitar en lo posible que el condenado vuelva a causar un gran dolor a otra familia. Por su actitud dudamos mucho de que se arrepienta y Dios no quiera que vuelva a asesinar”.
La señora Lucila, que mantiene la entereza con el apoyo de sus hijos y la fe en Dios, recuerda, muy apesadumbrada: “El asesino está muy tranquilo y va a salir muy tranquilo. Dijo que para él estar en la cárcel es como estar de viaje”. Ahora sólo queda recordar a Ana Lucy como lo que era, una “excelente, cariñosa y entregada madre, hermana e hija”, como subraya su familia.
Ana también era una periodista de vocación, elogiada por sus compañeros, jefes y lectores.

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