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Comida con sello de calidad

Tratar de triunfar comercialmente en España vendiendo morcillas y chorizos a sabiendas de que este país es uno de los grandes productores de ese tipo de comida parece algo quijotesco. Sin embargo al colombiano Juan Carlos Correa Montoya le pareció que por mucha oferta que hubiera en el mercado los embutidos colombianos tenían un toque diferente. Fue así como decidió hacer morcillas y chorizos de manera muy artesanal en su casa y empezó a venderlos puerta a puerta en edificios, parques y locales que frecuentaban los colombianos. Su pequeña empresa familiar empezaba a dar buenos resultados económicos pero al cabo de un año la Policía llegó al piso donde vivía y, al comprobar que no tenía ningún tipo de permiso para realizar ese tipo de actividad, le prohibió su producción.
“Muchos dirán que tuve mala suerte pero hoy doy gracias de que las cosas sucedieran así” nos dice en tono relajado este pereirano que lleva once años viviendo en España. Pese a que la Policía tenía grabaciones en video y audio de la manera como comercializaba los embutidos no lo sancionaron sino que lo orientaron para que lo hiciera tal y como lo exigía Sanidad. Este colombiano empezó los trámites para conseguir el respectivo registro sanitario pero pronto se dio cuenta de que además de mucha ilusión necesitaba mucho dinero y que por su escasa capacidad de endeudamiento los bancos no le concedían préstamos.
Afortunadamente los amigos, que veían su capacidad de trabajo, le prestaron el dinero y logró, después de superar muchos obstáculos y de muchas denegaciones, montar su empresa con todas las normas sanitarias en una nave industrial fuera del centro de Madrid. Hoy en día ya cuenta no solo con uno sino con tres Registros Sanitarios para elaborar productos cárnicos, platos preparados y harinas y derivados.

Nostalgia gastronómica
“Cuando viajé a Madrid, hace once años, tenía muy claro que quería producir y vender comida colombiana en España. Lo que no sabía era cómo lo iba a hacer pero afortunadamente hoy ya cuento con dos Registros Sanitarios que me permiten producir productos lácteos y platos preparados”, comenta orgulloso el colombiano Alfonso Yara Martínez. Hoy ya lo puede resumir con dos frases pero el camino que tuvo que recorrer fue largo. Él, como la mayoría de emprendedores, empezó preparando avena en su piso con una receta que le había dado muy buenos resultados en Colombia y que para su fortuna gustó entre los inmigrantes. Hace una década se podía ver a Alfonso recorriendo los locutorios con una garrafa en la mano vendiendo avena en vasos de usar y tirar. Alfonso quería hacer las cosas bien y lo primero que se propuso fue conseguir papeles pues estaba indocumentado y con la asesoría de un abogado solicitó un permiso de trabajo por cuenta propia para lo que tuvo que presentar un proyecto empresarial y entonces planeó su microempresa de producción de avena. Su solicitud aún estaba en estudio cuando salió la regularización del 2001 y Alfonso decidió acogerse a ella por si le negaban la otra. Al final la suerte se cruzó de tal forma que fue regularizado pero con tarjeta de autónomo, lo que lo motivó de una vez por todas a crear su propio negocio. Hoy en su pequeño pero higiénico local prepara, junto a su esposa, avena, kumis, tamales y ahora incursionan con el dulce de leche. Para ellos el momento más gratificante es cuando pueden colocar las pegatinas a los empaques de sus productos con sus respectivos registros sanitarios.

Empezar con pie derecho
Alberto Orrego Garcés es otro inmigrante colombiano que intenta hacer empresa vendiendo arepas (tortitas de maíz asadas a la plancha) en España. Pero, a diferencia de los otros dos entrevistados, él no ha tenido que recorrer el largo camino para conseguir el visto bueno de Sanidad. A él le han alquilado la empresa con el respectivo registro sanitario aprobado. Alberto reconoce que se evitó un proceso complicado pero eso no significa que no tenga que rendirle cuentas a las autoridades sanitarias. “En veinte días que llevo al frente de la fábrica de arepas ya he tenido dos inspecciones sanitarias para comprobar que cumplimos las normas y para recibir asesoría” dice Orrego, que llegó hace cuatro años a España y que luego de intentar trabajar en carpintería, que es su verdadera vocación, decidió probar suerte en el mundo de la hostelería. En sus ratos libres hace pruebas y más pruebas de otros platos pues su idea es poder salir al mercado con más productos “eso sí tramitando primero sus respectivos registros de sanidad” puntualiza.

Tranquilidad y confianza

“Por lo menos una vez al día viene un inmigrante a pedirme que le ayude a vender empanadas, dulces o cualquier tipo de comida aquí en la tienda pero con el dolor del alma no le puedo ayudar, así sean amigos” dice una de las empleadas de un supermercado de productos latinos de Usera. La razón es que los inspectores de Sanidad les exigen que solo vendan productos que tengan Registro Sanitario. De eso saben mucho Juan Carlos, Alfonso y otros tantos empresarios que vieron en más de una ocasión cómo decomisaban los productos. Alfonso incluso tuvo que entenderse con el Tribunal Contencioso Administrativo porque fue demandado por vender su avena diciendo que el Registro Sanitario estaba en trámite. “El Registro Sanitario es la mejor carta de presentación para entrar al mercado y brindar confianza a los clientes, incluso uno mismo está mucho más tranquilo porque sabe que todo se hace bajo estrictas normas de higiene pues al final uno vende comida masivamente” concluye Juan Carlos Correa.

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