Aunque muchos creen que cuando un joven emigra empieza una aventura divertida la realidad es que es un proceso que genera muchas dificultades en esa etapa de la vida que de por sí ya trae muchos cambios. Tres chicos colombianos nos cuentan cómo han vivido su experiencia migratoria.
Texto y fotos: ADELAIDA VILLAMIL SUÁREZ
“Lloré los primeros seis meses día y noche”. “No tuve más remedio que quedarme porque mis padres ya estaban aquí”. Estas son algunas respuestas que nos demuestran que emigrar cuando se tiene más de 11 años y menos de 18 se puede convertir en un proceso doloroso. Es el caso de Stephany Vélez Mosquera quien hoy en día tiene 17 años y llegó a España con 14 . Ella aún recuerda lo que padeció esos primeros meses porque, como ella dice, se negaba a ver las cosas buenas que le podía brindar España. “Empecé a estudiar en septiembre y le tenía tanto miedo al rechazo de mis compañeros del instituto que no hablaba con nadie y a la hora del recreo me la pasaba sola en el patio”, recuerda. Las cosas empezaron a cambiar para esta joven cuando conoció a Lizeth del Campo, otra colombiana que no solo era compañera sino que había nació en su misma ciudad, Cali. Al sentirse apoyadas las dos jóvenes se pudieron enfrentar a lo que les hacían algunos compañeros para atormentarles la vida como ponerles sobrenombres. “Sentíamos que nos miraban y se reían” dice Stephany. Continúa: “Pasaron cinco o seis meses para que lograra sentirme cómoda. El primer año fue vital el apoyo de los otros latinoamericanos que estudiaban en el instituto pero ya en el segundo año la relación con todos fue mucho mejor. Ya puedo decir que tengo amigos españoles”.
Se derrumba un sueño
Olga Gayón, presidenta de la ONG Migralia, que desarrolla programas de interculturalidad en los institutos de la Comunidad de Madrid, nos explica que la mayoría de padres que dejan a sus hijos en sus países de origen a cargo de otros familiares pierden autoridad frente a ellos, y ese es el primer inconveniente que tienen que enfrentar a nivel familiar. El joven por su parte trae un imaginario distinto de lo que es Europa. Vienen con el convencimiento de que aquí mejorará su calidad de vida y se encuentran con que no siempre es así. Dejan a sus amigos de la infancia y encuentran otro tipo de relaciones sociales entre los jóvenes. No les entienden su forma de hablar ni de actuar, ni sus chistes, todo esto en una etapa en la que están reafirmando su personalidad. A nivel educativo el cambio es aún más fuerte si se tiene en cuenta que el sistema en los dos países es diferente. Aquí es más exigente, deben tomar asignaturas nuevas para ellos y al examinarse están retrasados con respecto a los cursos que habían realizado en Colombia. Como resultado su autoestima baja.
La edad, un “impedimento” escolar
Érika Alejandra Fajardo Sánchez tiene 19 años y la encontramos haciendo un curso de masajista en una academia de Madrid. Nos cuenta con arrepentimiento que no quiso seguir estudiando porque le daba vergüenza repetir el segundo año de la Educación Superior Obligatoria, ESO, con 16 años al presumir, erróneamente, que a esa edad ya debería estar en cuarto de la ESO. Cuando Érika llegó a España se fue a vivir a Asturias, donde estaba radicada su madre, y recuerda que “como no había inmigrantes, yo era la sensación. Mis compañeros se acercaban, querían escuchar cómo hablaba y me preguntaban muchas cosas de Colombia”. Cuando emigró de Pereira, su ciudad natal, ella ya había cursado quinto de primaria, pero aquí la obligaron a repetir desde tercero de prima pero al cabo de unos meses descubrieron que estaba preparada para ir un curso más adelante pero su madre al verla tan integrada prefirió dejarla terminar. “El problema fue que tuvimos que ir a vivir a Madrid y aquí me sentí inmigrante con 16 años. Algunos de mis compañeros del instituto trataron de hundirme pero no me dejé. Me decían Panchita y cuando una española me explicó que era un término despectivo para referirse a las mujeres de origen latinoamericano me hice respetar”, apunta. Sin embargo, esto no ha sido un impedimento para que su círculo de amigos más cercano sea de españoles. A sus 19 años nos dice: “Me hubiera gustado no venir. Nadie tiene por qué humillarte, pero ahora mismo no sería capaz de regresar a Colombia y adaptarme”. De lo que se arrepiente es de no haber terminado sus estudios a tal punto que piensa ir al colegio de adultos para poder ingresar a la universidad.
Los nuevos profesionales
Los jóvenes entrevistados nos cuentan que su gran mayoría de compañeros de clase no tienen ilusión por ir a la universidad como ocurre en Colombia y que muchos optan por módulos de Formación Profesional. Para Michael Stevens Hernández esto no fue ningún impedimento. Él llegó a España hace 6 años desde una pequeña ciudad colombiana y, aunque inicialmente solo venía a visitar a su padre, decidió quedarse y ahora con 19 años cursa el segundo año de Ingeniería de Ordenadores en la Universidad Politécnica de Madrid. “Mis compañeros del instituto no querían ir a la universidad no sé si por miedo o vagancia. Lo cierto es que yo no me iba a dejar contagiar porque desde mi país tengo claro que quiero terminar una carrera, vivir en diferentes países europeos y aprender tres idiomas más” nos dice en tono muy convencido.
A Stephany también le estaba rondando la idea de no continuar los dos cursos de bachillerato que le faltan para poder presentar la selección a la Universidad pero junto a su amiga Lizeth han entendido que de lo que realmente se tienen que avergonzar no es de ingresar con 19 ó 20 años a hacer una carrera sino de dejar de hacerlo, teniendo tantas oportunidades a este lado del Atlántico.
El dato
“Los jóvenes recurren al gueto para subir su autoestima con otros que están en su misma situación y esto no es malo, lo negativo es que se queden en él” dice Olga Gayón.
La cifra
En España la deserción escolar es del 30%, el doble de la Unión Europea. Se analizan de forma muy escasa los motivos del abandono de los estudios por parte de los jóvenes inmigrantes.