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La última entrevista de Cheo Feliciano en Madrid

Comparto con todos los lectores de ‘El poder de tu música’ esta entrevista que pude hacerle en vida al gran Cheo Feliciano, quien siempre que venía a Madrid me recibía con cariño y un gran afecto que nunca olvidaré. Su muerte es una pérdida irreparable para el mundo de la salsa y lo único que nos queda a aquellos que admiramos su obra es recordarlo por siempre. Adiós maestro.

Por Víctor Sánchez Rincones

Pocas veces Cheo Feliciano habla sobre ese episodio oscuro que vivió cuando cayó en el mundo de la heroína. Esta leyenda viva de la salsa, en una entrevista exclusiva a ‘El poder de tu música’, contó episodios dolorosos y desgarradores de ese universo tormentoso que padeció y que por poco lo lleva a la tumba. También recordó a su amigo Héctor Lavoe, ese mítico cantante que murió víctima del sida. El intérprete de ‘Anacaona’, además tuvo elogios para Socorro, su mujer, la madre de sus hijos, su mánager, su sombra. Esa que luchó a sangre y fuego para que Cheo jamás volviera a inyectarse. Esta es la historia de un ser humano excepcional, es la verdad sin tapujos de un salsero que sueña con ser recordado no como ‘el niño mimado de Puerto Rico’, sino como el ser humano que un día derrotó a la droga.

Maestro, hablemos de esa época en la que abandona Puerto Rico para irse a Nueva York en busca del sueño americano…

Yo fui percusionista antes que cantante. Jamás pensé en llegar donde estoy hoy. Desde Puerto Rico traía la inclinación, pero llegué a Nueva York y busqué a los maestros, con la dicha de que pude conocer y establecer una amistad instantánea con el maestro Tito Puente, con Mongo Santamaría y con Willie Bobo, quien tocaba bongó con Tito Puente.

¿Estamos hablando de qué época?

Los 50, más exactamente para el 54, porque yo me fui a Nueva York en el 52.

¿Cuántos años tenía maestro?

Diecisiete. A los 21 fue cuando empecé a cantar. En cuanto a lo económico no producía nada en la música. Mantuve mi relación con los grandes, porque como no tenía dinero, el medio que encontré para estar en todas sus presentaciones fue convertirme en su carga maletas, en el alcahuete. Le cargué los timbales a Tito Puente, a Mongo Santamaría… Mi suerte cambió una noche en el famoso Palladium de Nueva York, la casa del mambo y de las grandes estrellas de la salsa. Ahí fue donde realmente empezó todo. Estaba cantando Tito Rodríguez y le preguntaron, la pandillita que andaba conmigo, que le diera una oportunidad a Cheo, pero Tito no paraba bolas. Después de un rato se molestó y dijo: ¿Quién es ese Cheo que ustedes quieren que cante? No sabía que era yo, porque él me conocía como el carga maletas. Al verme me preguntó: “¿Cheo y tú de verdad cantas?” “Sí Tito, soy el mejor”, le exclamé. Tito me cogió del brazo y recuerdo que me dijo: “Ahora sí te jodiste porque vas a tener que probarlo”. Yo para esa época quería ser Tito Rodríguez. Descubrí que imitaba a Tito casi a la perfección. Me sabía todos sus soneos. Esa noche canté ‘Changó Ta Vení’ a la usanza de Tito Rodríguez y el público no dejó de ovacionarme. Fue mi momento de gloria. Al cabo de diez años, Tito Rodríguez me recomendó para que fuera el cantante estrella de la orquesta de Joe Cuba. Y mi historia como cantante despuntaría a partir de ahí. Eso fue hace 51 años.

Esa época de los 50, 60, 70, Nueva York era una vorágine. Los grandes salseros como Héctor Lavoe cayeron en la droga. Probaron la cocaína, la heroína…

Cuando ese fenómeno llegó nadie tenía una referencia. Muchos creían que eso era una moda y no sabíamos cómo eran las consecuencias; caímos muchos en la trampa y creamos una dependencia y una adicción increíble. Yo tuve la dicha de salir de esto hace 37 años.

¿Cuánto duró inmerso en ese mundo?

Quince años.

¿Y qué clase de drogas consumió?

Comenzamos con la marihuana, con la cocaína, pero donde el tema hizo mella fue con la heroína, que es la que realmente crea la dependencia. Destruyó muchas vidas.

Y su familia, ¿cómo afrontó ese momento?

Muy mal. Uno vive en una niebla, que por más que me lo recalcaban, no me daba cuenta del daño que le estaba haciendo a mi familita, que eran unos chamaquitos pequeñitos; pero llegó un momento en que me impactaron todos los consejos recibidos por tantos años.

¿Cuándo reacciona y dice no más?

Fue en Nueva York en un momento de los más crueles, en el frío más terrible. Andaba buscando mi cura por las calles, sin dinero. Todo el dinero que entraba no le llegaba a mi familia, se iba en la heroína. Y me vi en la miseria. Estaba en un sótano en donde lo que había eran puras sabandijas. “¿Y qué hago yo aquí?”, me pregunté. Estoy matándome yo, matando a mi familia. Mi carrera la estoy echando al piso. Mis viejos se están muriendo de dolor. Tengo que cambiar mi vida y es cuando tomo la decisión de volverme para Puerto Rico. A mi llegada, por suerte encontré a un grupo de adictos que se apoyaban y me uní a ellos. Ese grupo se convirtió con el tiempo en la institución más importante en la lucha contra la drogadicción. Se llamó Hogares Crea.

Maestro, ¿dentro de ese mundo compartió con Héctor Lavoe?

Claro que sí.

¿Fueron compañeros de juerga?

No, nunca. Cada cual iba por su lado. Nunca vi a Héctor drogarse, ni él me vio a mí drogándome; sabíamos lo que estábamos haciendo, porque teníamos el falso orgullo de que no me vean. Y me iba donde gente, que supuestamente no me conocía, y con ellos hacía todas las barbaridades que había que hacer, al igual que Héctor con su gente.

¿Alguna vez habló con Héctor sobre ese tema?

Mucho. Al final de su vida o cercano a los finales ya había resuelto mi caso. Llevaba años alejado de la situación y él quería salir. Para esa época tenía mi compañía discográfica ya establecida: Coche Records, y él iba a mi oficina cada vez que llegaba a Puerto Rico. Yo era para él como su papá. Lo quería como un hijo. Y cada vez que hablábamos me decía: ‘Cheíto, ayúdame, quiero salir de esto’. Cuando él murió no consumía drogas. Estaba usando metadona para saciar las ganas de consumir. En eso vino la desgracia: se lanzó de un noveno piso. Murió libre de drogas, pero destrozado. La metadona le hizo mucho daño porque es peor que la heroína. Se te mete en los huesos y te crea otra dependencia. No es buena.

Su esposa fue un motor importante en su recuperación. ¿Cuándo usted la conoció se drogaba?

Casado con ella empezó esa historia. Ella vivió todos esos momentos crueles. Pero siempre fue un bastión de esperanza. Me decía: “Cheo, tú puedes salir, tú puedes… No lo hagas por mí, hazlo por tus hijos”; y hoy por hoy sé que somos felices porque logramos lo que ella sabía que yo podía hacer. Por su apoyo estamos aquí.

¿Cheo Feliciano es creyente?

Altamente creyente.

¿Tuvo que ver la religión en su decisión de salir de ese oscuro mundo?

No, aunque yo siempre reconocí que hay un Dios más grande que todos nosotros y que si yo salí de esto es porque él me ha protegido. Porque hubo muchos momentos terribles en los que estuve al borde de morir de sobredosis. Sin embargo, aquí estoy y sé que ese Dios estuvo conmigo, me apoyó.

¿Alguna vez ha pensado en el retiro?

Fíjate que esa palabra no existe en mi diccionario. Yo creo que al igual que Celia y que el maestro Puente, nacimos para esto y moriremos en esto.

¿El Cheo Feliciano que vemos ahora es feliz?

Demasiado. La vida ha sido una universidad increíble en las altas y en las bajas, pero de todo he aprendido y creo que ahora estoy viviendo los mejores momentos de mi vida al lado de Socorro, mi Cocó, la mujer que me salvó del infierno de la heroína.

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