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El día que Guayacán conquistó el mundo

Por Víctor Sánchez Rincones / Ocio Latino /

No deseo contar una típica historia, y tampoco es mi intención ser un escritor autobiográfico. Lo que sí puedo decirles es que durante años he compartido tantos momentos con Guayacán, y todo lo que podría escribir -para mi satisfacción personal- daría para un libro.

A Nino Caicedo y Alexis Lozano, los directores y fundadores de la orquesta de salsa más emblemática de Colombia, los conozco desde hace muchos años, cuando eran unos jóvenes consagrados en sus profesiones. Para ese entonces trabajaba en El Universal de Cartagena, un periódico al norte de Colombia, y recuerdo como si fuera ayer el día que recibí una invitación por parte de ellos para ir a la Feria de Cali. En ese entonces era un muchacho con sueños y ganas de comerme el mundo.

En su último viaje a Europa, y en medio de una conversación, le comento a Nino Caicedo el instante en el que nos conocimos. Fue en el sitio más alto de la ciudad donde fueron congregados muchos invitados con motivo de esa importante fiesta de su ciudad. Había periodistas de todas partes, pero el único jovenzuelo, sin experiencia en la conquista de nuevos territorios era yo. Recuerdo pedirles una foto que 30 años después compartí en mis redes sociales hace pocos días. En ella constaté el paso del tiempo, pero lo más hermoso de esta historia es que esa misma foto no las hicimos en París ni hace un mes, después de haber recorrido con ellos más de 8 países.

Fue una gira extenuante, sin descanso, con maletas de un lado a otro, y corriendo a toda prisa después de cada show a un aeropuerto; siempre con el miedo de perder el vuelo.

Durante todo ese periplo, que no era la primera vez que vivía con Guayacán, difícilmente escapaba a descifrar la personalidad de sus integrantes, en este caso la de sus cabezas pensantes, Nino y Alexis, dos seres humanos que funcionan de forma diferente al giro de las manecillas del reloj.

Mientras uno es volcán, el otro es paciencia y tolerancia. Durante una charla, antes de abordar un vuelo a Israel, le pregunté a Nino cómo hacía para llevarse muy bien con Alexis Lozano, un ser controvertido, polémico, y muchas veces amado y odiado.

Su respuesta fue contundente: “Somos más que hermanos. Lo conozco desde niño cuando jugábamos en las maltrechas calles de Quibdó (Chocó), una de las poblaciones más pobres de toda Colombia, donde la precariedad laboral y social es extrema”. En esa población abandonada por el Estado nacieron estas dos leyendas de la salsa que con el paso del tiempo siguen faenando por todo el mundo, llevando ese sonido único a cada rincón donde son convocados.

Nino Caicedo es un ingeniero metalúrgico, y el poeta de la agrupación. De su cerebro han salido todos los hits mundiales de Guayacán. Mientras estamos charlando, Caicedo, saca de su bolsillo una libreta, y me lee la letra de su última canción. Me pregunta qué me parece, y yo le respondo: “maravillosa maestro”. Siempre los llamo maestros porque cada vez que veo su presencia los enaltezco, por todo lo que han hecho, por la música colombiana y universal.

Puedo decir sin equivocarme que Guayacán no sería Guayacán sin Nino y Alexis. Por esta orquesta han pasado decenas de cantantes que han seguido interpretando las canciones de la agrupación que los contrató, pero como un karma repetitivo, ninguno ha podido triunfar. Todos han quedado abocados al fracaso, a la sombra de una orquesta que es difícil de imitar por más que otros intérpretes vestidos de gloria lo intenten.

En México, cuna del mariachi, Guayacán es idolatrado, y las orquestas que tratan de suplantarlos proliferan por montón. Son una plaga que se reproducen como cucarachas, pero por más demandas y denuncias, siguen tan campantes como ocurre también en naciones como Perú. Y es que Guayacán es una marca registrada, indeleble, al igual como es Nike o Coca Cola que, con el paso de los años, adquiere un valor inestimable en los bailadores, en los salsómanos, en aquellos melómanos que siempre añoran esa vieja escuela donde sólo los grandes llegan al olimpo de los dioses.

CONTROVERTIDO

Si hay algo que descoloca a Alexis Lozano es que una nota falle. Su exigencia raya muchas veces en la soberbia. Cuando eso ocurre todo a su alrededor se percibe turbio. Tan solo con una mirada a sus “muchachos” como llama a los integrantes de la orquesta, inmediatamente ellos captan que la olla a presión puede explotar.

Alexis es un ser especial al que no le gusta dar entrevistas porque su carácter, si no lo tratas, es difícil. En las distancias cortas es un ser amable, cordial e inteligente. Pero si siente que su amabilidad es mal valorada, no da tregua a nadie. Su sinceridad es muchas veces un desencadenante de palabras que son una granada de fragmentación que arrasa por doquier.

Tras tantos años de conocerse el secreto para que Nino Caicedo y Álexis Lozano se lleven bien es aceptar al otro tal y como es.
Si hay una persona que conoce a la perfección a Alexis Lozano ese es Nino Caicedo, más que todas las féminas que han pasado por su vida, y les aseguro que no han sido pocas. Éste último desentraña sus demonios y apacigua lo irremediable. Como ya decía en un anterior párrafo ambos se criaron en el mismo barrio, y sus madres eran educadoras. Vienen de familias con un alto grado de cultura donde la “pobreza” de una ciudad no fue impedimento para lograr la grandeza.

Mientras el uno estudiaba música, me refiero a Alexis Lozano, Nino Caicedo se enfocó por las matemáticas, hasta el punto que fue docente de universidades como la Javeriana, una de las más prestigiosas de Colombia. Pero Nino tenía un don guardado, un don mágico, y era escribir canciones y melodías. Es así como un día, Alexis, por cosas del destino, decide armar su propia orquesta cuando trabajaba de músico en Bogotá. Estaba cansado de que otros explotaran su talento para beneficio propio, y había llegado el momento de demostrar de qué estaba hecho. Su genialidad en los arreglos y en la interpretación del bajo y el trombón eran el comentario permanente de aquellos que lo veían en acción, y esas adulaciones irremediablemente dieron pie a la conquista de nuevos sueños.

La idea de lanzarse a conformar lo suyo, lo propio, venía rondando desde hacía tiempo en su cabeza, luego de ser también fundador de Niche con Jairo Varela (esa parte de la historia es harina de otro costal), y es cuando Álexis Lozano decide montar toldo aparte y pide a Nino que sea el compositor de sus canciones.
A partir de ahí crean un estilo de salsa único, diferente a lo que se venía escuchando en Nueva York, Cuba o Puerto Rico, y se bautizan como Guayacán, nombre que toman de un árbol fuerte casi indestructible, que a fecha de hoy sigue zumbando éxitos que hacen parte de la banda sonora de padres e hijos.

SIN DISCIPLINA NO HAY NADA

Si hay algo que siempre ha caracterizado a esta banda es su compromiso con el público, y es por ello que la disciplina es el motor de toda su estructura. La orquesta en general antes de subir a un show tiene que estar impecable, y las camisas, chaquetas y zapatos, deben estar relucientes.

Alexis Lozano, como él dice, no acepta la chambonería, y no contempla los malos hábitos, y menos la irresponsabilidad de sus integrantes. La filosofía de la orquesta es la imagen, y no hay nadie que le lleve la contraria al respecto.

Es por ello que también Alexis cuida su vestimenta al milímetro. Aunque no revela su edad, es un viejoven chévere, con sabor, y su estilismo se lo hace un iraní que le envía las mejores confecciones y zapatos desde su país.

“Víctor todo esto que me ves puesto es también diseñado a los jeques. Mira la textura de las telas. Todo es de calidad. Estamos hablando de trajes que superan los 4.000 euros, y el calzado ni te digo. Si hay algo que me apasiona es la moda, el buen vestir, y es por ello que mi orquesta tiene que ser impoluta”, resalta el músico en un diálogo mientras caminábamos por un aeropuerto.

LA SALSA NUNCA MORIRÁ

Nino Caicedo, un defensor a ultranza de su música, tiene claro que “la salsa jamás morirá. Su cadencia y sus letras que invitan a bailar, no será alimento fácil de géneros como el reggaeton. Para competir con los nuevos géneros, esos que gustan a la juventud, tenemos que ofrecer buena música; sin buena música no se llega a ninguna parte. Por eso nuestras canciones son clásicos que perduran y se escuchan desde Moscú hasta China”.

El tiempo pasa inexorablemente, y la vida se lleva muchas veces los sueños, pero en el caso de los creadores de “Oiga, mire, vea”, su música nunca pasa de moda, todo lo contrario, está más presente que nunca en el sentimiento latinoamericano, ese sentimiento que con la madurez de los años sigue tan fuerte como ese día que decidieron dar origen a una leyenda que es símbolo de Colombia para el mundo.

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