Está claro que ningún gobierno da pie con bola en torno al fenómeno migratorio. Y no solo hablo de España sino de todos aquellos países en los que los “venidos de afuera” nos convertimos un día en la salvación, pero de pronto y de un día para otro, en los culpables de los problemas sociales, económicos y hasta políticos.
No es posible que hace ocho o diez años España necesitaba gente de afuera para rejuvenecer a su población; para que trabaje en lo que los de aquí no querían; para que aportara a la seguridad social porque las pensiones de los jubilados peligraban; y hoy, cuando la crisis aprieta, quieren deshacerse de nosotros a través de retornos voluntarios, redadas policiales y criminalizando a los que a su juicio, son ilegales.
Todas las decisiones surgidas en el ámbito político pueden acarrear odios raciales y xenófobos entre los habitantes de un país. Si un gobierno se propone a expulsar a los inmigrantes justificando que son delincuentes, prostitutas y criminales; entonces todos sus habitantes, bajo una opinión generalizada, miran con la misma lupa a los demás inmigrantes. Es irónico, pero hace unos días el Ministro de Justicia español renunciaba por un tema de caza; pero nadie ha pagado por el tema de la orden emitida acerca de la caza de inmigrantes. ¿Quién se explica esto?…
Hace poco leía con estupor un reportaje en el que se atribuía el aumento de la prostitución a la mujer inmigrante. Yo me pregunto si el o la periodista que escribió aquella información no se ha enterado que la mujer inmigrante ha dado ejemplo de trabajo, lucha y sacrificio; de entereza y determinación. Más de 300.000 mujeres ecuatorianas llegaron entre 1999 y 2004 a España para sacar adelante a su familia. Para aportar a la economía de dos naciones sacrificando su familia, su hogar y hasta su misma vida. Cómo es posible que si algunas de ellas se hayan dedicado al oficio de la prostitución denigremos la imagen de la gran mayoría.
Tanto las fuerzas políticas como la de los medios de comunicación deben manejar con cautela el tema de la inmigración. Los países desarrollados no deben acordarse de la inmigración solo en época de auge, sino también en épocas difíciles como las actuales. Hay que hablar con prudencia y comunicar con objetivad.
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