Hace unos años, cuando vivía en Quito y me desempeñaba como periodista de La Hora, conocí a doña Estefania. Ella en ese entonces ella se ganaba la vida vendiendo ropa en diversas empresas. Doña Estefania era una mujer luchadora y de carácter suave y cariñoso.
Debido a mi cambio de residencia de Quito a Manabí (provincia costeña de Ecuador), por motivos laborales, no volví a saber de ella hasta hace un par de semanas que la encontré en una de las calles céntricas de Madrid.
A pesar de los años su aspecto físico es el mismo, más no su carácter que es ahora arisco y esquivo. Y no es para menos…
Dona Estefania tiene unos 45 años de edad. Cuando la conocí en Quito tenía una hija de cinco años, fruto de un matrimonio roto. Stefy, como llamaba cariñosamente a su hija, tenía una rara enfermedad en el corazón y necesitaba dinero para pagar su operación. Pero debido a su modesta situación económica nunca pudo pagar la intervención por lo que años después un paro cardiaco la arrancó de su vida. De nada sirvió haberse venido a España en busca del dinero que le hacía falta. La enfermedad de Stefy no le dio tiempo y tuvo que resignarse a pederla, y, lo que es peor, ni siquiera pudo estar en su entierro.
Doña Estefania trabaja en la actualidad como empleada de hogar en un chalet en Pozuelo. Allí es ama de llaves y todos los días tiene que preocuparse de que los tres Yorkshire Terrier de su jefa estén bien peinados, alimentados, dormidos y, además, le toca llevarlos dos veces al mes al veterinario. Hace poco uno de los perritos enfermó y tuvo que ser operado. Su jefa pagó 3.700 euros para salvar a su mascota. Doña Estefania hubiera podido salvar a su hija con 1700 euros menos.
Doña Estefania me dijo que a medida que pasan los años entiende menos el comportamiento del ser humano. Cuenta que a veces oculta su ira cuando escucha a sus pudientes jefes que “les afecta” el hambre del mundo sin darse cuenta que con lo que comen sus mascotas, se alimentarían 100 niños en África.
Pero así en la vida, manifiesta resignada. Que le vamos a hacer.
Lo que no sabe doña Estefania es que este sistema capitalista ha condenado al ser humano a una enorme desigualdad. A una hipocresía social en las que la sensibilidad y la moral están hace tiempo extinguidas.
Un ciudadano del primer mundo se agobia porque el médico se atrasó 20 minutos; un ciudadano de África se resigna a que sus hijos mueran en sus brazos porque la medicina nunca llegó. Un ciudadano del primer mundo se estresa porque hay atascos en las carreteras; un ciudadano de un país “tercermundista” se resigna a cabalgar días enteros para poder conseguir agua o alimento.
Los Yorkshire Terrier de los jefes de Estefania tienen derechos a vivir y a disfrutar de las comunidades que le brindas sus amos; pero sus amos ¿podrán tener derecho a fingir que les importa la miseria y la penuria de los niños y niñas de los países pobres?…
En fin, está demostrado muchos de los habitantes de los países del “primer mundo” siente, pero son pocos los que actúan.