Carlos García recorre todos los sábados y domingos los restaurantes colombianos que hay en Madrid para ofrecer a los clientes las replicas de esculturas de Botero que él hace en marmolina. Su verdadero oficio es la carpintería y en eso trabajó los primeros siete de los diez años que lleva en España, hasta que la empresa que lo había contratado lo mandó al paro. A pesar de cobrar el subsidio de desempleo, al que tenía derecho, no dejó de buscar día tras día un nuevo trabajo pues no quería agotar toda la prestación, pero su búsqueda fue en vano. Cansado de pasar currículos, decidió empezar a hacer artesanías y se fue a venderlas al Consulado de Colombia en Madrid, pero no solo llevó sus creaciones, compró dos termos grandes y los llenó de café colombiano e infusión. “Hice un pequeño análisis de mercado y me di cuenta que a las ocho de la mañana llegaban los vendedores del café con leche y las empanadas, así que decidí llegar a las siete y aprovechar esa hora de ventaja para venderle a los más madrugadores. El resto de la mañana ofrezco las joyas artesanales y esculturas que hago en las tardes”, dice este hombre que no se plantea regresar a Medellín su ciudad natal pues han decidido con su esposa e hijas seguir ganándole la batalla a la crisis.
Un paso atrás
Eunise Novoa llegó hace 9 años a Pamplona y reconoce que lo más difícil al comienzo fue tener que convivir con personas desconocidas, por eso tan pronto como consiguió un trabajo bien remunerado alquiló un piso para vivir sola y así lo hizo hasta octubre del año pasado. “Perdí mi trabajo y me tocó apretarme el cinturón y una de las medidas que adopté fue alquilar una de las habitaciones del piso y otra fue volver a hacer del atún el protagonista de la cesta de la compra, es decir que por la carnicería ya no me pasó con tanta frecuencia” dice esta joven nacida en Bogotá con una sonrisa que trasmite optimismo. Por ahora Eunise aprovecha la falta de trabajo para hacer cuanto curso para desempleados le ofrecen.
El rebusque
Así se le dice en Colombia a la forma de buscar dinero de manera informal para poder sobrevivir. Según los colombianos, ellos se caracterizan por ser rebuscadores y por eso no fue difícil dar con uno de tantos en Madrid. Se trata de Gerardo Pérez Hernández, durante los nueve años que lleva viviendo en la capital española ha trabajado seis por cuenta ajena en hostelería y construcción pero desde hace tres años se ha tenido que rebuscar en la economía informal la manera de llevar dinero a casa para mantener a su pareja y su hijo.
Ha trabajado como relacionista público en discotecas colombianas, repartidor de publicidad y captador de comerciales. Recientemente le ofrecieron vender dulce de leche colombiano y aceptó pero como vio que a los clientes no les terminaba de gustar el producto decidió mejorar la receta y se lanzó a preparar y venderlo él mismo. Gerardo sabe que primero tiene que sembrar para poder cosechar, y está centrado en dar a conocer su dulce dando degustaciones en los sitios donde hay compatriotas. Entre los dulces de leche que vende, la publicidad que reparte y la comisión que recibe por cada comercial que capta, se asegura el dinero para sufragar sus gastos, como dice él “de hambre no se deja morir”.
La comida y los amigos
Sin lugar a dudas la comida es de lo que más se echa mano a la hora del “rebusque”. Cecilia Buitrago, por ejemplo, desde que se quedó sin trabajo como limpiadora, prepara todos los sábados treinta tamales (una masa de arroz o de maíz con pollo y cerdo que se cocina envuelto en hojas) y los vende entre los amigos. “El problema es que ahora tengo más amigos en el paro que trabajando, sin embargo se solidarizan dándome el contacto de sus amigos que sí tienen empleo” dice esta mujer nacida en Ibagué, en la zona central de Colombia y añade “Espero que me vuelvan a llamar a trabajar pues cocinar los tamales es dispendioso pero lo que más me agota es tener que recorrer la ciudad, de punta a punta, para entregar un tamal, pero es dinero y no se puede dejar escapar”. Ruth Ricaurte, es otra colombiana que ha encontrado en la venta ambulante de comida una forma de conseguir dinero, pero asegura que no es nada fácil. “Salir a la calle a vender en España está más castigado que robar. A mí en ocho años me han quitado muchas veces la comida y me han multado con 300 euros otras tantas. Sin embargo, si a un ladrón lo cogen robando menos de 400 euros no le hacen nada. De todas formas prefiero que me persigan por trabajadora y no por ladrona. De algo tenemos que vivir” puntualiza Ruth. Con la venta de comida en las canchas de fútbol y en el Consulado que ha organizado esta mujer, siete familias se ganan la vida.