Los vendedores ambulantes de comida ecuatoriana en Madrid se quieren convertir en promotores de la cultura gastronómica de su país en España. Pero no solo es que quieran tener un nombre nuevo y bonito. Lo que quieren es cambiar sus condiciones de trabajo porque de no hacerlo su actividad puede desparecer muy pronto.
Texto y Fotos: ADELAIDA VILLAMIL SUÁREZ
Doña Martha se queda mirando al horizonte y se imagina cómo sería el lugar en el que le gustaría trabajar. “No se diferenciaría de los chiringuitos que tienen los españoles aquí en la Casa de Campo”, dice. Añade: “Tendríamos cocinas, colocaríamos una barra y muchas mesas para que la gente se siente cómodamente. Y, por su puesto, baños para mujeres y hombres”. De repente le piden una fritada y su sueño se desvanece. La realidad vuelve a ser la misma. Ella, al igual que las cerca de 250 familias ecuatorianas que trabajan vendiendo comida ambulante lo hacen en condiciones muy diferentes. La mayoría colocan sus fogones sobre carritos de bebé para poder salir corriendo cuando la policía los persigue.
Marta Sisa lleva más de 10 años comercializando sus hornados y fritadas (platos preparados con carne de cerdo) de manera ambulante en España. Primero lo hizo en el Parque del Retiro de Madrid y de allí la desalojaron a ella y a todos los vendedores que se daban cita los fines de semana y los reubicaron en el Lago de la Casa de Campo. Pero la Policía los quiere sacar, nuevamente, por estar en una zona protegida de la ciudad. Los vendedores están cansados de esta situación y decididos a conseguir reconocimiento y un lugar en condiciones optimas para trabajar. Aunque ya lo han intentado en otras oportunidades sin ningún éxito, esta vez están optimistas pues no están solos, los apoya la SENAMI, Secretaría Nacional del Migrante ecuatoriano.
Manos a la obra
Una vez que los vendedores ambulantes pidieron ayuda a la SENAMI esta entidad gestionó, con recursos del Gobierno ecuatoriano, un curso de manipulación de alimentos con una de las escuelas homologadas por la Comunidad de Madrid ya que es un requisito imprescindible para poder vender alimentos al público. Se esperaba que unas 170 personas hicieran el curso pero al final más de 240 lo aprobaron y recibieron su respectiva acreditación.
Estos comerciantes informales saben que es solo un primer paso pero importante para empezar a cumplir las exigencias de las autoridades. Además afirman que se sienten más cómodos trabajando con las normas sanitarias que les han enseñado. “Quienes servimos la comida debemos usar guantes y no podemos manipular dinero, entre otras cosas” comenta un vendedor.
El otro gran frente en el que se empezó a trabajar en los sitios donde cerca de 2.000 ecuatorianos acuden cada fin de semana para degustar su comida es el de la concientización de los usuarios para preservar estos espacios públicos. “¡Compatriota ecuatoriano! Si no quieres que desaparezcamos, colabóranos con la limpieza. Defiende la cultura gastronómica de Ecuador. Demuestra cultura” dice el volante que desde principios de julio empezaron a entregar los vendedores a sus clientes.
Guillermo Imbaquingo, otro ecuatoriano que desde hace 11 años comercializa comida en los parques, afirma que cada vendedor se encarga de recoger la basura que se genera a su alrededor y que ellos intentan dejar el lugar lo más limpio posible. Pero sigue siendo una de las quejas de las autoridades.
El Servicio de Dinamización de Espacios Públicos de Moncloa lleva un año y medio trabajando en Casa de Campo. Su trabajo de mediación ha permitido que vendedores, asociaciones de inmigrantes, agentes de medioambiente y policías municipales se sienten a dialogar en la misma mesa. La Policía Municipal, sin embargo, comunicó en la última reunión que todos los vendedores serían desalojados el 11 de julio y aunque no lo han cumplido al pie de la letra, sí les han hecho más difícil su trabajo este verano.
El cliente, lo primero
Iván Garcés y Adriana Bautista llegaron de Ecuador hace ocho años y desde entonces suelen frecuentar los sitios donde sus compatriotas venden comida los fines de semana, “Con tanta gente que viene nos sentimos en Ecuador y como los precios y la calidad de la comida son muy buenos pues disfrutamos más” comenta Iván mientras degusta, sentado sobre una piedra, un plato de hornado. Su esposa Adriana continúa diciendo: “Es muy triste ver cómo esta gente tiene que salir corriendo cuando la policía viene a buscarlos. Con los clientes no hay problema, pero ellos si huyen para evitar las multas”.
Margarita Guanga sabe bastante de multas pues en más de una ocasión ha tenido que pagar hasta 400 euros por vender en sitios públicos. “No puedo dejar de hacerlo porque este trabajo de fin de semana me ayuda a completar el dinero para mantener a mis cuatro hijas. Es un oficio que hago desde niña, y que me enseñó mi madre” puntualiza Margarita.
Lo que piden
“Nosotros lo que queremos es trabajar, tener un espacio propio en el que poder vender de manera higiénica y cómoda nuestra comida. Queremos pagar impuestos, que nuestra gente tenga un sitio donde sentarse en familia. A este parque han venido los candidatos políticos a ofrecernos un sitio para ubicarnos y a pesar de que han ganado, aquí seguimos, trabajando en condiciones precarias, pero ellos saben las promesas que nos han hecho. No pedimos que no nos persigan, lo que queremos es hacer las cosas legalmente y para eso necesitamos de su apoyo”, dice enfáticamente Marta Sisa.
Según la SENAMI lo siguiente es apoyar a los vendedores para que formen una asociación que ya tiene nombre: Asociación de Vendedores Ambulantes Ecuatorianos en España. Su principal objetivo será conseguir todos los permisos y un sitio para vender la comida típica de su país.
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