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España sigue siendo un país de inmigración

La afirmación de que «con la crisis los inmigrantes han dejado de llegar y los que había regresan a sus países» de origen, se parece tanto a la realidad «como una caricatura», ya que España sigue recibiendo «mucha inmigración» y el retorno es «una opción minoritaria», por lo que el Gobierno no puede mantener su «inacción política» en materia de integración de los recién llegados.

Es una de las conclusiones que se desprende del Anuario CIDOB de la Inmigración presentado el pasado miércoles y dirigido por los especialistas Joaquín Arango, Ramón Mahía, David Moya y Elena Sánchez-Montijano, que ofrece una panorámica y una reflexión de lo acontecido en materia de migraciones entre 2015 y 2016, periodo que han dado en llamar ‘El Año de los Refugiados’.

Según explica Mahía, que en el Anuario lleva un capítulo sobre la evolución de la inmigración en España y el mercado de Trabajo, afirma que que «hay cierta tendencia hacia el mensaje de que se acabó la etapa inmigratoria en España y no es verdad».

«Lo que sí es verdad es que el saldo migratorio hoy en día es prácticamente cero, llegan más o menos nuevos en cantidad similar a los que se van y eso hace que el total de inmigrantes esté situado entre 4,5 y 5 millones de personas», afirma el experto, para incidir en que «nunca han dejado de llegar».

En este sentido, el anuario detalla que «el número de nuevos inmigrantes en España ha estado próximo a 350.000 anuales entre 2009 y 2015», en plena crisis económica, y a finales de 2015, el número de extranjeros con permiso de residencia en vigor superaba en medio millón al registrado en las mismas fechas de 2008, en los albores de la crisis.

Esto indica, de acuerdo al experto, que el retorno ha sido «moderado», pues además, el saldo migratorio (los que entran menos los que salen) «sólo alcanzó valores negativos reseñables en 2012 y 2013 porque en los dos años siguientes ha sido prácticamente nulo». Los dos últimos años, el resultado, aunque modesto, es positivo, con más llegadas que salidas.

«El problema es que tienen más visibilidad los datos del retorno que de las nuevas llegadas, lo que no pasaría de ser una anécdota si no fuera porque al fin y al cabo, en eso encuentra después justificación la inacción política, es decir, que ‘como ya no llegan, ya no hay que ocuparse de la integración de nuevos inmigrantes, de las políticas regulatorias etcétera. Ese es el riesgo», afirma.

Mahía señala en este sentido la necesidad de volver a dotar económicamente el Fondo para la Integración de Inmigrantes, que sigue operativo aunque presupuestado con cero euros cada año desde la última legislatura del PSOE. También reivindica la reactivación de los Planes Estratégicos de Ciudadanía e Integración y la restitución del derecho a la atención sanitaria a los inmigrantes en situación irregular.

«Los que llegan, –recuerda Mahía–, lo hacen con las mismas características y necesidades de integración que tenían los que llegaron entonces (cuando estaban vigentes esas medidas). Y ojo, que ahora cambiamos de ciclo y el ciclo económico positivo lo más probable es que vuelva a generar nuevas entradas, porque si durante los años de crisis hemos recibido 250.000 o 300.000 inmigrantes cada año tal y como estaba el mercado laboral, imaginen lo que será cuando confirmemos el ciclo expansivo”, plantea.

David Moya añade sobre este asunto que la integración es un proceso en el que España, ha tenido «instrumentos a veces ocultos» que han servido para construir un modelo de integración, entre los que ha destacado el Padrón, que daba «una acreditación de ciudadano» a cambio de ciertos derechos y permitía a las administraciones «mapear» la realidad demográfica. A su juicio, debería seguir reconociendo el derecho a la asistencia sanitaria a los inmigrantes en situación irregular.

LA INMIGRACIÓN EN ESPAÑA «PASA CASI DESAPERCIBIDA»
Esa integración es la que explica la falta de conflictividad aún cuando, tal y como explica el análisis, la crisis ha tenido un mayor impacto negativo sobre los inmigrantes, en general más vulnerables y situados en empleos menos cualificados, aunque en palabras de Mahía, cuando hay igualdad de condiciones entre el nativo y el extranjero, lo cierto es que «están los dos más o menos igual de mal» y en casi las mismas «condiciones pésimas” de inestabilidad, precariedad y desempleo.

Además, tal y como aporta el artículo de Anastasia Bermúdez y Ángeles Escrivá, «a diferencia de otros países de la UE, donde la inmigración constituye un arma arrojadiza y una vía de captación de votos, en España este fenómeno ha estado ausente de las campañas electorales» ya que, en general «la inmigración en España ha tenido escasa presencia pública, hasta el punto de pasar casi desapercibida» entre 2015 y 2016 y «en agudo contraste con el turbulento contexto europeo».

«Siguen existiendo puntos calientes que arrojan sombras sobre la buena relación que mantiene la sociedad española con la inmigración, pero en términos generales, puede decirse que la gran mayoría de los que vinieron de fuera se desenvuelven con normalidad en la sociedad española», concluye el anuario, cuyos autores advierten de la necesidad de seguir apostando por la integración para que esta situación «no se quiebre». / Europa Press

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