América se ha convertido en el nuevo foco de la pandemia de coronavirus. El subcontinente latinoamericano, en particular, se prepara para un cambio de las condiciones climáticas, con la llegada del invierno y de la temporada de lluvias que, junto a la situación de pobreza en buena parte de la población, podría suponer un auténtico «cóctel molotov».
El continente americano, que en un principio parecía alejado de la COVID-19, concentra ahora 3,5 millones de casos, incluidas más de 190.000 muertes, para un balance global de 7,5 millones de personas contagiadas y más de 420.000 fallecidas. Estados Unidos y Brasil encabezan el ‘ranking’ mundial, como número uno y dos, y Perú se cuela en el ‘top 10’.
Hace semanas que la Organización Panamericana de la Salud (OPS) sitúa a la región como el «epicentro» de la pandemia, pero en los últimos días su directora, Carissa F. Etienne, ha dado la voz de alarma por «los aumentos exponenciales en el número de casos y muertes», incluidas zonas donde hasta ahora la incidencia del coronavirus era menor.
Así, «en Mesoamérica el número de casos está aumentando en México, Panamá y Costa Rica, donde hay una mayor transmisión en la frontera con Nicaragua»; en América del Sur el virus continúa propagándose fuertemente en Brasil, Perú y Chile», mientras que «en Venezuela los casos se están acumulando más rápido»; y en el Caribe hay repuntes en Haití y Surinam.
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Con este panorama regional, Etienne ha llamado la atención sobre «los factores climáticos» que pueden afectar a la lucha contra el virus en América. «Debemos comenzar a planificar ahora para hacer frente a un desafío formidable que podría empeorar nuestra situación: el clima», ha dicho en su encuentro semanal con la prensa.
A la OPS le preocupa la llegada del invierno en América del Sur y de la temporada de lluvias, asociada a su vez a la temporada de huracanes, en el Caribe, el centro y el norte del continente. Etienne ha explicado que, aunque «no hay datos que demuestren que la temperatura o la humedad influyan en la propagación de la COVID-19», sí se sabe con certeza que «el invierno alimenta las enfermedades respiratorias» y las precipitaciones favorecen la proliferación del mosquito Aedes aegypti, transmisor del zika, el dengue o la chikungunya.
A ello se suma «lo que muchos expertos creen que podría ser una de las peores temporadas de huracanes que se han registrado hasta ahora» en la región. Las tormentas tropicales ‘Amanda’ y ‘Cristóbal’, las primeras del año en la zona, ya han causado estragos a su paso por Centroamérica, donde han dejado decenas de muertos, comunidades arrasadas y daños millonarios.
EL CASO PERUANO
Perú, con más de 200.000 casos y unos 6.000 muertos, es un caso paradigmático. «Hace ya casi un mes se hablaba de la entrada en la meseta (de la curva de contagios) y eso no se ha dado», cuenta la directora de Acción contra el Hambre (ACH) en Perú, América Arias, en una entrevista concedida a Europa Press.
El presidente, Martín Vizcarra, ordenó una cuarentena nacional que entró en vigor el 16 de marzo y que comenzó a relajar en mayo porque «no era sostenible», dice Arias. «Mientras el equipo de Gobierno teorizaba sobre las medidas de confinamiento, las familias estaban en la calle. Ha ocurrido con el aislamiento social lo que ha ocurrido muy frecuentemente en este país: sobre el papel las cosas funcionan muy bien pero la realidad es otra. Son dos mundos totalmente distintos», afirma.
Arias defiende que prolongar el confinamiento era inviable en un país donde más del 70% de la población depende de su trabajo diario para sobrevivir. «La informalidad en Perú lo impregna todo», subraya y lo ilustra con una estampa habitual en las calles de Lima antes de la pandemia: «Había colas de señores y salía el encargado (de la obra) y elegía a unos cuantos para trabajar ese día, es decir, ni contrato ni nada».
En la capital peruana, aquellos que llegaron de las provincias y zonas rurales para prosperar, que representan a un gran porcentaje de sus entre 9 y 12 millones de habitantes, aguantaron con sus ahorros y cuando se acabaron «se quedaron en la calle sin ninguna cobertura y sin transporte para poder volver», por lo que surgió el fenómeno de los «caminantes» en las cunetas de las carreteras para retornar a sus pueblos. «Eran miles», asegura.
Para los limeños y otros residentes, el principal problema ha sido «una manipulación de precios en la que el incremento de muchos productos ha pasado de tres a más de 50 soles» (unos 0,70 y 13 euros). En los llamados cerros, las barriadas chabolistas ubicadas en las afueras de la ciudad, donde el agua potable solo llega en un camión cisterna, «pagaban casi el precio más caro de Lima» por ella.
En Iquitos, «que es una ciudad de selva donde no hay carreteras y todo depende del avión», directamente ha habido desabastecimiento de productos básicos, como comida, porque «no llegaba nada». Allí «la gente ha muerto en las colas de espera de atención sanitaria«, de unas 24 horas y más, porque «ya no es que no hubiera camas, es que no había oxígeno». «Esto es literal», incide.
«NO ESTÁBAMOS PREPARADOS»
Arias no duda al señalar a las desigualdades como causa de la rápida propagación del virus en Perú. «El Estado es muy débil, con lo cual el que está desprotegido no tiene a dónde acudir», y eso ha dado lugar a «demasiadas fotografías» de un mismo país: «La foto de Miraflores, donde puedes encontrar tu restaurante favorito en ‘delivery’; la foto del cerro, donde no tienes agua corriente; y la foto de la comunidad indígena (…), donde sigue habiendo derrames de petróleo» que contaminan el agua.
El 20% de los peruanos vive en situación de pobreza y la cooperante de ACH augura que irá en ascenso. «El pobre muy pobre va a seguir siendo pobre y muy pobre, quizá un poquito más, pero el que estaba consiguiendo ser clase media (…) va a caer en la pobreza», vaticina y esgrime que ya se puede ver «a mucha gente en los 30 años que antes de la pandemia tenía un pequeño negocio que le permitía vivir bien y ahora está con el ‘delivery’ porque en tres meses han tenido que cerrar».
La llegada del invierno, que empieza la próxima semana en Perú, no mejorará la coyuntura. Arias indica que «aquí todos los años las infecciones respiratorias ya son la primera causa de muerte prematura». De hecho, «las urgencias normalmente se ven saturadas por casos de problemas respiratorios que necesitan inhalador». Y no es la única «emergencia sanitaria». Solo en los últimos dos años ha habido otras por zika, dengue, Guillain-Barré y por «desabastecimiento de medicamentos en los hospitales de Lima».
«Obviamente, no estábamos preparados para todo eso y no estamos preparados para esta pandemia», asume la jefa de la ONG en Perú, al tiempo que alerta de que «el sistema sanitario ya no da para más. «Entonces, nosotros estamos muy preocupados porque (…) la llegada del invierno en un contexto con COVID-19, más el hambre que ya había antes y que se ha añadido estos meses, es un cóctel molotov. Invierno, hambre y virus es un cóctel molotov», avisa.
Arias considera que, aunque «no podemos comparar países, está claro que la región va a tener un impacto –ya lo está teniendo– muchísimo mayor porque el músculo que tenía para responder ante cualquier crisis era mucho menor». «Yo lo comparo con una maratón. Nadie está preparado para muchas cosas pero hay gente que viene entrenada de casa y otra que no, y América Latina no estaba entrenada para correr esta carrera», sostiene.
Etienne ha coincidido en que «la pandemia ha llevado a la región al límite», por lo que ha instado a los gobiernos a «prepararse para el invierno y la temporada de huracanes» para evitar el colapso absoluto de los sistemas sanitarios. «Debemos tomar medidas hoy», ha urgido./ Europa Press