*EL 11 DE MARZO PASARÁ A LA HISTORIA COMO EL DÍA DEL ATENTADO TERRORISTA MÁS SANGRIENTO OCURRIDO HASTA AHORA EN ESPAÑA. AQUELLA MAÑANA CUATRO TRENES DE CERCANÍAS CON DESTINO EN ATOCHA SE CONVIRTIERON EN UN INFIERNO EN EL QUE PERECIERON 202 PERSONAS. LOS TERRORISTAS COLOCARON 13 BOMBAS, DE LAS QUE 10 ESTALLARON DE FORMA SINCRONIZADA EN LAS ESTACIONES DE SANTA EUGENIA, EL POZO DEL TÍO RAIMUNDO Y ATOCHA, LA HUELLA DEL GRUPO TERRORISTA ISLÁMICO AL QAEDA SE INSCRIBIÓ PARA SIEMPRE EN ESPAÑA.
EL TREN CUBRÍA UNA RUTA UTILIZADA CON FRECUENCIA POR CIUDADANOS DE RUMANÍA, COLOMBIA, ECUADOR Y PERÚ, ENTRE OTROS. LA MASACRE DEJÓ UNA TREINTENA DE VÍCTIMAS MORTALES INMIGRANTES, PERSONAS QUE HABÍAN LLEGADO A ESTE PAÍS EN BUSCA DE UNA VIDA MEJOR Y QUE SE TOPARON CON LA MUERTE. EL GOBIERNO ANUNCIÓ UNA REGULARIZACIÓN EXTRAORDINARIA PARA LOS EXTRANJEROS AFECTADOS.
Este reportaje fue publicado por Ocio Latino días después de la tragedia que marcó a España para siempre.
Por TATIANAESCÁRRAGA / YOLANDA VACCARO / RAÚL JIMÉNEZ. Fotos : NILTON LÓPEZ y RICARDO SERRANO
Aquél jueves sangriento de que los trenes de cercanías se convirtieran en un infierno que se llevó para siempre a 202 personas y que dejó casi 2.000 heridos. La estación de Atocha es ahora un inmenso e improvisado altar donde las velas rojas encendidas y cientos de mensajes de solidaridad recuerdan a las víctimas y a sus familiares.
Es imposible pasar por allí, detenerse un momento y no sucumbir ante el dolor de la tragedia. Ha pasado una semana y Madrid sigue inmersa en la tristeza. Aunque la ciudad pretende recuperar la normalidad, ésto no resulta fácil. Los muertos pesan demasiado.
Es jueves. Justo una semana después
«Siempre estaréis en nuestros corazones”; “Ecuador ‘lora también”; “Aquí están las consecuencias de vuestra guerra”; “Ya hemos encontrado las armas de destrucción masiva, estaban en Atocha, El Pozo y Santa Eugenia”. Eran algunos de los mensajes que se veían en la estación de Atocha. Los alrededores de El Pozo y Santa Eugenia también se convirtieron en altares improvisados. Y una semana después de la tragedia las lágrimas todavía afloraban en la gente que se acercaba a encender velas.
En los trenes que recorren la ruta macabra la gente mira hacia otro lado cuando se acerca a las estaciones donde se desató la tragedia. Ya nada es igual. En sus semblantes se vislumbran todavía la tristeza y el desánimo. “Pero no hay otra forma. Toca seguir cogiendo los trenes porque es la ruta que más me sirve y porque no puedo dejar que el miedo me paralice”, comenta una joven con un dulce acento colombiano.
Los cuatro trenes estaban repletos de inmigrantes. Alcalá de Henares, Torrejón de Ardoz, Vallecas, Entrevías, son zonas de Madrid en las que se asientan parte de las colonias extranjeras que habitan en la región. Para hacerse una idea basta decir que en Alcalá de Henares hay 9.700 rumanos empadronados. Polacos, colombianos, ecuatorianos y peruanos también lloran a sus muertos. Según datos del Ministerio del Interior, la masacre dejó un saldo de más de 30 muertos de 11 países, además de España. La embajada de Rumania reportó la muerte de 14 ciudadanos; también fallecieron un ciudadano de chile, otro más de cuba, cuatro peruanos, tres colombianos, tres ecuatorianos, un guineano y dos hondureños.
Marruecos también sufrió por la muerte de tres ciudadanos de ese país. Los primeros datos hablaban de un 28% de víctimas extranjeras entre muertos y heridos.
“VEO IMÁGENES TERRIBLES EN MI CABEZA”
“Todavía cierro los ojos y no puedo dormir. Veo a la gente llorando, muertos, imágenes terribles en mi cabeza”, dice Diamelis Herrera, una cubana de 24 años que cuenta que se salvó de milagro. Su amigo Michael Rodríguez, cubano como ella, corrió con menos suerte. Diamelis había dormido en casa de su amigo la noche anterior y por la mañana salió unos minutos antes que él. Ella llegó primero a la estación. Iba en uno de los trenes cargado de bombas. Á su amigo lo sorprendió la muerte en la estación de El Pozo.
“Yo iba en el último vagón. Sentí la explosión y de repente oigo a gente gritando, el pánico empieza a apoderarse de todos nosotros y nos pusimos como locos. La gente salió de los vagones como pudo y entonces nos dimos de bruces con escenas macabras: pedazos de cuerpos, piernas, brazos, personas decapitadas”, cuenta Diamelis ya sin asombro. Dice que no le quedan más lágrimas. El psicólogo le ha recetado pastillas para que pueda dormir y ella atribuye a estos fármacos el efecto sedante que le permite hablar sin perder la compostura.
Diamelis es una más de las cientos de inmigrantes que se han acercado a la Comisaría General de Extranjería, en la calle de General Pardiñas, para intentar su regularización. Tras los atentados, el hasta entonces presidente, José María Aznar, del Partido Popular (PP), anunció un proceso extraordinario de regularización y de concesión de la nacionalidad por carta de naturaleza para las víctimas inmigrantes y sus familiares directos: cónyuges, ascendientes e hijos.
Hasta cuando se extendió el anuncio de Aznar muchos inmigrantes padecieron una doble tragedia. Por un lado la desaparición abrupta de sus familiares y al mismo tiempo la imposibilidad de acudir a la policía y a los hospitales por el temor de estar indocumentados y recibir represalias. Era tal el temor, que la embajadora de Colombia, Noemí Sanín, pidió a los medios de comunicación que difundieran la noticia de que no habría represalias para los inmigrantes sin papeles.
“ME DABA MIEDO QUE ME FUERAN A DEPORTAR”
Gustavo Sarzosa, un ecuatoriano de 25 años que lleva sólo nueve meses en este país sintió ese temor. Este joven, que habla todavía con voz nerviosa, que dice que ahora lo único que desea es volver a su país, cuenta que cuando presenció la tragedia fue reconocido por un médico de los que se acercaron a Atocha. Él estaba ileso, así que no fue necesario acudir a un hospital. “Me daba miedo que me fueran a deportar, por eso me fui a mi casa”, cuenta.
En las oficinas de General Pardiñas una funcionaria ha explicado a Gustavo que necesita un certificado médico que demuestre que fue atendido tras los atentados del 11-M. Pero no lo tiene. Sus lesiones no son físicas, sino psicológicas, y no tiene forma de demostrarlo. “Todavía estoy muy nervioso, muy asustado. Mire, yo quiero irme a mi país. Ya no quiero estar más aquí”, insiste.
A Oswaldo, otro ecuatoriano que vivió en came propia la matanza de Madrid, todavía se le quiebra la voz cuando relata lo sucedido. Oswaldo también salió ileso. Como Gustavo, no puede demostrar que iba en el tren de la muerte. “Ya no sé qué debo hacer para demostrar que yo estuve ahí. Mire, fue tan terrible que a mí lo único que se me ocurrió fue correr. Miré atrás y vi gente en el suelo. Yo corrí sin más”, dice.
Pocos días después de la tragedia en las oficinas de General Pardiñas se habían recibido cientos de solicitudes de permisos de residencia y trabajo y de nacionalización. Los casos, según anunció el Ministerio del de q | |
Interior, se estudiarán “uno por uno”. La esperanza de Diamelis, la chica cubana que perdió a su amigo y que se salvó de milagro es que por fin pueda conseguir unos papeles que le permitan una vida mejor en España. “Esto ha sido terrible. A la madre de Michael todavía no le han dicho que él está muerto. Hacía tres años que su padre no lo veía y ahora resulta que lo ha vuelto a ver pero dentro de un ataúd. Irreconocible. Lo enterramos ayer por la mañana”, cuenta Diamelis.
Jhon Jairo Ramírez Bedoya salió de Colombia como lo hacen tantos compatriotas suyos: desesperado por la situación económica y por el conflicto armado, y con la esperanza de que en otro país iba a encontrar una nueva oportunidad. El 29 de marzo Iba a cumplir 38 años. Quería celebrarlo. Jhon Jairo iba en uno de los vagones que los terroristas hicieron saltar por los aires. Su mujer está embarazada de tres meses, pero él ya no verá a su hijo. JhOn Jairo trabajaba en una empresa de aseos. Ya había conseguido sus papeles y lo que más quería, según cuentan ahora sus amigos, era reunir dinero y volver a Colombia, porque estaba enamorado de su país. Porque echaba de menos todo aquello, su natal Pereira y sus seres queridos.
A Jhon Jairo le seguía doliendo la tierra. Y quería volver. “Era una persona fabulosa y muy noble», dice un amigo.
“Para nosotros es como si hubiera muerto un familiar”, contaban, entre sollozos, los propietarios españoles del piso donde Jhon Jalro vivía de alquiler con su mujer y otra pareja. Residía en Torrejón de Ardoz. Y cada mañana hacía la misma ruta
“Vinimos a trabajar y lo que nos encontramos fue la muerte”, decía entre lágrimas la sobrina de Jhon Jairo. Ella, con el rostro descompuesto y la mirada perdida, recuerda que su “tío” le había enseñado muchas cosas. «Siempre estaba muy pendiente de nosotros, tanto en Colombia como aquí”.
Llevaba tan sólo un año en España, trabajaba en la construcción y estaba lleno de sueños. Durante todo el día de aquél jueves siniestro su familia estuvo intentando localizarlo, pero fue imposible. A medida que pasaban las horas la angustia crecía
y también la resignación. A las doce de la noche uno de sus familiares lo reconoció en el improvisado tanatorio en el que se convirtió el instituto ferial de Madrid, lfema.
Hasta ese lugar llegó también Carlos Rendón, un colombiano que lleva tres años en España y que hasta último momento guardó la esperanza de que su mujer, Gloria Inés Bedoya, no hubiera muerto en el tren. La buscó sin descanso por los hospitales de Madrid, marcó su teléfono una y otra vez pero no halló respuesta. El día se hizo largo y denso. Y sólo hasta el viernes por la tarde Carlos pudo entrar a la sala donde estaban los restos de las víctimas para reconocer a su mujer.
Dos días después Carlos partió hacia Colombia para sepultar a su esposa. Allí esperaban los hijos de la pareja, un chico de 18 años y una adolescente de 15 que llevaban varios años esperando el reencuentro con su madre. Pero no de esta manera. Los tres vendrán a España. Reclamarán la nacionalidad española e intentarán comenzar una nueva vida.